Desde "Habitar la piel", su muestra más reciente, la artista plástica Cecilia Carreras percibe un "gran cambio" en su producción artística. Los colores, formatos y materiales son parte de esa mutación que se abre a lo incierto y que abraza la danza y el movimiento como facetas indisociables de la artista porteña radicada en Mendoza.
Viene de una exposición individual de más de 40 obras en el ECA Eliana Molinelli, que desde noviembre a diciembre la mantuvo con activaciones y visitas guiadas en el espacio de la Ciudad. También, de una residencia artística que realizó en Estación Guerrero, en Palermo, donde durante más de un mes se sumergió de lleno en el desarrollo de la obra, bajo la tutoría del maestro Tulio de Sagastizabal.
"Hay cambios que se vienen gestando desde hace tres o cuatro años, que tienen que ver con habitar otro lugar y con la creación de mi espacio, Aristíobula - Casa de Arte, donde resido, tengo mi taller y una galería en la que exponen otros artistas. A eso se suma la aparición en mi camino de la gestora cultural Carolina Rodríguez Pino y del artista Egar Murillo con su acompañamiento de obra", nos comparte la autora de tantas series inspiradas en seres y objetos cercanos.
Cecilia Carreras llegó a Mendoza hace 31 años para formar su familia y, a pesar de que ahora sus tres hijos ya son grandes, se quedó a vivir en la provincia convencida de que era su lugar. "A Buenos Aires viajo seguido y allí me rodeo de mucho arte y colegas pero siento que Mendoza es mi punto de regreso", expresa la creadora, que recuerda fragmentos de su infancia sumergida en la naturaleza de Formosa, provincia donde también residió.
Corrientes, Chaco y Paraguay fueron otros de los paisajes que la rodearon de niña y siente que esa conexión primaria aparece en varias de sus obras. En el barrio de Caballito cursó sus estudios primarios en una escuela pública y en esa institución un profesor reconoció sus habilidades para el dibujo y la pintura.
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"Fue él quien habló con mi mamá para que fuera a la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, en Barracas". A los 14, Cecilia vivió algunos de los años más felices en ese entorno educativo en el que se respiraba arte. Más tarde continuó su formación en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Fue ayudante y aprendiz del pintor y escultor Santiago Cogorno, alumna del pintor Ary Brizzi y de la grabadora Alicia Scavino.
Esta artista imparable integra colecciones privadas a nivel internacional, al tiempo que atrae a otros colegas a participar de muestras abiertas al público, en su espacio. Si antes la pintura sin boceto previo la llevaba a conectar horas con sus bastidores, ahora también la desafían nuevos tamaños, conceptos y soportes: murales, dibujos, collages, bordados, instalaciones y hasta performances la convocan a crear.
En una rutina marcada por el trabajo amado, Cecilia Carreras investiga, indaga, fotografía y pinta su mundo con música, aunque también gestiona, organiza y proyecta exposiciones. En galerías, museos y bodegas, principalmente, sus pinturas han sido premiadas y como gestora ha colaborado en instituciones como el Museo Nacional de Arte Decorativo o la galería Praxis.
¿Cuáles han sido algunos de los temas más recurrentes en tu producción artística?
Las temáticas han sido generalmente cercanas y tienen que ver con lo cotidiano, lo que me rodea. Hay muchas series ligadas a la naturaleza y aparece la figuración humana en el último tiempo. También, de manera simbólica estuvo hace un tiempo el minotauro y una mezcla entre lo animal y lo fantástico. En mi caso, trabajo de manera directa sobre la tela y no hay boceto previo.
¿Qué cambios significativos encontrás en tus últimos años de trabajo?
Identifico cambios sobre todo en la misma obra, desde fines de 2023 y todo el 2024. No lo tomo como algo absoluto sino como un paso a paso, un proceso. El año pasado empezó a aparecer la figura humana a partir de fotografías que le tomé a personas cercanas y que luego pinté. He incorporado, o más bien retomado, el trabajo con papeles, recortes, afiches de la vía pública, el bordado. También, reapareció el collage, la parte gráfica y el dibujo. En el caso del bordado, es muy interesante porque es como dibujar con hilo y me lleva a otro tiempo, más meditativo. Yo soy muy rápida, muy impulsiva, muy gestual para la pintura, y el bordado me lleva a estar sentada y conectada con fotos del pasado y telas antiguas recuperadas.
¿Cómo aparecieron el movimiento y la danza en relación con tus pinturas?
El movimiento es muy importante para mí porque, de alguna manera, lo traslado a la pintura. Mi pintura es gestualidad y siempre me moví a mi manera. Yo simplemente bailaba, hasta que el año pasado hice danza con Lucía y Valentina Fusari, y este 2024 continué desde un lugar más de la improvisación. Ahora con Graciela Conocente asisto a un laboratorio de danza y ha sido bisagra en el trabajo, porque hay una sincronicidad de la danza al movimiento, llevado a la pintura.
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¿Cuál es la misión y la búsqueda de Aristóbula - Casa de Arte?
Aristóbula es un espacio de arte y también mi lugar, a donde siempre quiero volver. La idea ha sido y es convocar artistas y que sucedan cosas, organizando muestras individuales y otras colectivas. Este espacio genera una dinámica de arte y de diálogo, que modifican lo propio, aunque sea imperceptible en un primer momento. Estos encuentros me han llevado a generar clínicas de obra, una residencia y hacen que el trabajo tenga otra mirada. Los artistas trabajamos muy en solitario y que cada tanto se hagan charlas, exposiciones, intercambios de pareceres es muy importante para mí. Quisiera abrirlo, traer artistas de otros lugares y hacerlo crecer para abrirle aún más las puertas al arte en un mundo tan complicado.