La vida tranquila del campo es un imán para los que somos bichos de ciudad. Por eso, tal vez, nos resulta tan atractiva la propuesta de las pulperías y antiguos almacenes de ramos generales de Buenos Aires, donde la historia se marida con picadas, empanadas, guisos, asados y pastas caseras.
Quedan pocas pulperías en funcionamiento. Según los registros, la primera data del año 1600. Entonces, tal como explica el periodista y autor, Leandro Vesco, fundador de la ONG Proyecto Pulpería, “funcionaban como postas para reemplazar los caballos de los carruajes, y darles forraje y agua”. “Se creó una red de postas en los caminos reales. La gente se tomaba un aguardiente o comía un charqui antes de seguir”, explica.
Con el tiempo, se estableció un mostrador, y donde solo había funcionado un despacho de bebidas, se empezaron a vender otros víveres y se sumaron algunas mesas. En el siglo XIX, los pueblos comenzaron a fundarse alrededor de las pulperías y de los fortines. Los comercios fueron transformándose en los famosos “almacenes de ramos generales”.
Pero, más allá de abastecer a los viajantes, la pulpería tenía -y aún tiene- un rol social fundamental. “Era el único lugar de encuentro posible para el gaucho en la inmensidad y soledad de la pampa. Allí, como señala algún poema gauchesco, la gente comprobaba que podía seguir hablando”, describe el historiador Felipe Pigna en su sitio web.
Las pulperías que siguen en pie conservan esa esencia de refugio para quienes están de paso. Nos invitan a conectar con el descanso y lo sencillo, y a disfrutar del ritmo tranquilo de los pueblos. Estas son algunas que están bastante cerca de la Capital Federal y valen la pena ser visitadas.