Antes de que El Eternauta se viera envuelto en el hype de Netflix, hubo un cómic. Uno dibujado en tinta y papel, publicado por entregas en una revista, con olor a imprenta vieja y realidad ardiente. Pero, sobre todo, con una historia poderosa, que hiela la piel como la nieve mortal que lo atraviesa.
Ocurrió en otro tiempo. En un mundo paralelo. O en este mismo. Pero fue real. Y todo sucedió en Buenos Aires. Ese cómic convirtió a nuestra ciudad en un campo de batalla, cubierto por una nevada despiadada que nadie vio venir. Lo hizo con una sensibilidad inquietante: calles, esquinas, colectivos, casas, barrios por donde seguimos caminando hoy. Buenos Aires fue la elegida. No Nueva York. Tampoco París. Por fin, una historia global nacía desde el sur.
En pleno auge de la Guerra Fría, con el mundo obsesionado por invasiones extraterrestres y bombas nucleares, Héctor Germán Oesterheld escribió sobre lo que mejor conocía: la humanidad. Una historia donde la nieve no es necesariamente blanca. Donde el héroe no lleva capa, sino un traje improvisado. Donde Buenos Aires se vuelve centro. Donde la ciencia ficción es política y el recuerdo, urgente.
La ciudad que retrata Francisco Solano López no es inventada: es reconocible, es nuestra. El inicio no se da en un refugio secreto, sino en Vicente López, en una casa cualquiera, donde unos amigos juegan al truco. La épica nace desde lo cotidiano.
El Eternauta no es solo un cómic. Es una advertencia. Es una herida. Es también una promesa. Y ahora, una serie. Es símbolo de lucha, de memoria viva y de una resistencia que persiste. Y si aún no lo leíste y querés ponerte a tono antes de su estreno en Netflix el próximo 30 de abril, éste puede ser el mejor punto de partida.